Hoy es domingo y estuve pensando, luego de dejar a mi señora en su trabajo, que no he visto a mis padres, a mi hermano y a mi abuela hace ya dos meses.
Ellos viven en región, y yo en Santiago. Nos separa una hora y media de viaje. Pero a veces esa distancia es sólo una ilusión, una excusa sutil que el tiempo transforma en costumbre.
Hoy lavé el auto, como cada domingo. No por rutina, sino por una forma extraña de terapia. Cuando lavo el auto no pienso; sólo existo. Agua, movimiento, trapo. Es como silenciar el ruido interno por un rato. Siempre me hace bien.
La gente no dura para siempre.
A veces eso es todo lo que uno necesita recordar.
Le prometí a mi mamá que el próximo fin de semana iré. Y sé que me estará esperando con el almuerzo listo. Siempre lo hace aunque le diga que no lo haga. Pero algún día dejará de ser así.

He llegado a fin de mes. Comienza otro. Y aunque el dinero a veces aprieta, mi relación de pareja se consolida. Estamos ahorrando para proyectos juntos. Siempre quise hacerlo todo solo. Me he rascado con mis propias uñas toda mi vida, y he sacado las garras cuando debía. Me he valido por mí mismo. Pero ahora es distinto.
Esto no es compromiso como palabra vacía o por conveniencia. Es construir equipo. Es no estar solo. Es discutir a veces, porque eso también mueve la brújula. Pero también es celebrar cuando las cosas resultan. Ser más de uno tiene sus ventajas.
Cuando estuviste mucho tiempo por tu cuenta, es fácil irse.
Pero es más gratificante quedarse.
Mañana comienza la semana. Otro lunes. La dejaré en su trabajo como de costumbre, y ella me enviará un mensaje preguntándome si llegué bien. No se necesita mucho. A veces, se necesita sólo eso. Mañana les enviaré a todos un mensaje recordándoles que los veré el próximo domingo.
Quiero acostumbrarme a lo simple pero profundo que tiene la vida: la compañía.