Hay días en que lo que el estudiante más necesita no es saber, sino ser contenido.
Enseñar no siempre fue lo que imaginamos. No siempre fue metodología, ni recursos didácticos, ni planificación. A veces, enseñar fue simplemente estar. Ser presencia cuando todo tambalea. Ser mirada cuando hay vacío. Ser humanidad cuando el mundo aprieta. En el aula, muchas veces el verdadero currículum es invisible.
Educar es, también, un ejercicio emocional. No por debilidad, sino por resistencia. Porque cada vez que decidimos entrar al aula, aun sabiendo que el día será duro, lo hacemos con una forma de fe. La vocación no siempre brilla. A veces apenas se sostiene. Pero en medio de eso, una palabra oportuna, una broma liviana, un gesto de ternura… cambian un día entero. El aula, en realidad, no se llena de contenido: se llena de nosotros.
No recordarán tu PowerPoint, pero sí cómo los hiciste sentir cuando todo lo demás dolía.
Lo que el currículo no dice
Ningún programa nos enseña a leer silencios. A intuir que ese estudiante que llegó con la cabeza baja no necesita una prueba, sino espacio, un momento. Nadie nos capacita para dar la palabra justa cuando alguien está al borde del quiebre. Pero ahí estamos. Adivinando entre miradas. Traduciendo emociones. Dando lo que no siempre tenemos. Ese es el trabajo silencioso del aula. El que no se mide, pero que sostiene.
En cada sala hay un alma. Y a veces, esa alma está en quien enseña más allá del contenido.
Porque enseñar es contener
Sí, los resultados importan. Las metas, los aprendizajes, las evaluaciones. Pero si alguna vez fuiste estudiante, recordarás más al profe que te creyó capaz que al que te enseñó a resolver ecuaciones. Y si hoy eres profe, lo sabes: enseñar es entregar. Es regalar energía emocional aunque estés agotado. Es estar ahí, incluso cuando tú mismo necesitas a alguien que esté. El aula no es un escenario. Es un refugio. Y tú, que sigues entrando cada día, aunque cueste, aunque duela, eres parte de esa belleza rota que aún persiste en la educación. No te exijas ser perfecto.
Basta con que seas alguien que esté. El resto… el resto es alma, y eso ya estás entregándolo. ¿Verdad?