Enseñar sin cuerpo: la desconexión física y emocional del docente moderno

El cuerpo del docente ha sido tradicionalmente invisible en el discurso educativo.

Se celebra la mente que transmite, el carisma que cautiva o la vocación que inspira, pero rara vez se habla del cuerpo que sostiene todo eso. Se da por sentado. Como si el profesor fuese una especie de holograma funcional, una presencia obligatoria que no necesita descansar, que no enferma.
Pero el cuerpo está. Siempre está. Y muchas veces, está roto.
El agotamiento, la tensión muscular, las contracturas crónicas, las gastritis, el insomnio. Todo eso no aparece en las planificaciones, pero ocurre. A diario. Se enseña con hambre, con dolor de espalda, con el ciclo menstrual alterado, con ansiedad. Y sin embargo, actuamos como si nada.

La desconexión corporal del docente

Paulo Freire hablaba del “ser más” como el horizonte de la educación liberadora. Pero ¿Qué pasa cuando el cuerpo del educador es cada vez menos? Cuando se reduce a una herramienta extenuada, funcional, reemplazable. Cuando ni siquiera nos permitimos escucharlo.
La desconexión corporal del docente no es solo un síntoma, es un signo. Es el reflejo de una profesión que ha romantizado el sacrificio y ha convertido el dolor en rutina. Es el resultado de un sistema que exige entrega absoluta, pero devuelve precariedad.
La biología lo confirma: un cuerpo en estado constante de alerta (cortisol alto, privación de sueño, tensión muscular) no puede sostener procesos creativos, empáticos ni sostenibles en el tiempo. Enseñar sin cuerpo es enseñar sin sistema nervioso regulado, sin energía vital. Es simular humanidad. Es agotarnos hasta la indiferencia.

Este vaciamiento no solo afecta al educador. Se transmite. Los estudiantes aprenden también desde nuestro cuerpo. Desde su postura, su respiración, su tono, su temblor o su fuerza. Enseñar sin cuerpo es enseñar sin presencia real. Y sin presencia, no hay vínculo.
Necesitamos recuperar el cuerpo del docente como territorio digno. Resignificar el aula como un espacio también físico, sensible, vulnerable. No basta con hablar de autocuidado como slogan. Se requiere repensar los tiempos, las condiciones, los espacios. Hacer del bienestar docente una dimensión política.
Porque no hay revolución educativa posible si quienes enseñan están crónicamente enfermos.
La pedagogía del futuro no puede seguir ignorando al cuerpo. Porque enseñar sin cuerpo es, finalmente, dejar de enseñar.

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