El aula como campo de batalla emocional: por qué nos está doliendo tanto educar

La escuela como espacio en pugna

No hay aula que no sea también un escenario emocional.

Educar es, en parte, sostener la tensión entre lo que soñamos y lo que realmente ocurre.

La escuela no es solo un espacio de contenidos y resultados. Es, en su núcleo más invisible, un campo emocional de alta intensidad. En el aula, el profesor no solo enseña: gestiona tensiones, frustra expectativas, se expone al juicio constante y, sobre todo, contiene.
Y contener no es neutro. Contener desgasta. Lo saben quienes cada día —entre el lenguaje y la matemática— deben calmar una crisis de pánico, consolar a un estudiante con hambre, mediar entre compañeros que se odian o enfrentarse a una agresión verbal sin perder el temple.
En el fondo, lo que más cansa no es el contenido:
es el clima emocional de la sala.

Cuando el aula duele

En Chile, el 89% de los profesores declara sentir altos niveles de estrés laboral (CIPER, 2023). El 65% ha pensado en dejar la profesión al menos una vez en el último año. Y entre los principales factores de malestar no aparece el sueldo —aunque sea insuficiente—, sino la sobrecarga emocional, la pérdida de sentido y la sensación de estar solos ante un sistema que exige pero no cuida.
Los datos no son solo números: son gritos contenidos.
El aula duele cuando el profesor siente que su rol se ha desdibujado. Cuando ya no se reconoce en lo que hace. Cuando educar parece más una guerra de trincheras que un acto de construcción conjunta.

Educar hoy: el peso invisible de lo emocional

Lo emocional no es un “plus”. No es algo anecdótico. Es el material invisible con el que se teje —o se rompe— todo acto educativo.

– Cuando no hay vínculo, no hay aprendizaje.
– Cuando el profesor no se siente validado, baja su entrega.
– Cuando la sala es un campo de amenaza, el cuerpo entero se pone en modo defensa.

Y enseñar desde la defensa no es enseñar. Es sobrevivir.
La violencia escolar —cada vez más presente— no es solo un problema conductual, es un síntoma profundo de una crisis de sentido y de pertenencia. No hay convivencia sin propósito. No hay orden sin afecto.

¿Dónde está el sistema?

Lo grave no es que el aula sea emocional. Lo ha sido siempre.
Lo grave es que el sistema educativo no lo asuma como parte estructural.
Se diseñan reformas, planes estratégicos, evaluaciones externas… pero se sigue ignorando que el aula es, antes que nada, un espacio humano.
Un sistema que no protege emocionalmente a sus educadores está condenado a perderlos, incluso antes de que renuncien.
Y lo más peligroso no es que un docente se vaya.
Lo más peligroso es que se quede… con el alma rota.

¿Qué necesitamos?

Porque el aula no es solo un campo de batalla.

-Formación docente que incorpore seriamente la dimensión emocional del aula.
-Protocolos institucionales que resguarden la salud mental, no solo del estudiante, sino también del adulto que enseña.
-Liderazgos escolares capaces de leer las emociones como parte del currículum invisible.
-Y sobre todo, una nueva narrativa educativa: una que reconozca que el aula no es solo un lugar de resultados, sino de encuentro humano.

El aula también puede ser un refugio.
Un espacio de reencuentro.
Pero para eso, alguien debe empezar por decir que sí, nos está doliendo.
Y que el dolor, cuando se nombra y se comparte, puede ser el primer paso para sanar.

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