La extinción del adulto confiable: cómo la falta de referentes está marcando una generación

¿Adultos-adolescentes, una mezcla?

Durante años nos repitieron que los niños son el futuro…

Lo que nadie dijo es que ese futuro llegaría sin adultos que lo sostengan.

Vivimos una crisis de referentes. Una generación entera creció viendo adultos agotados, erráticos, frágiles, sin temple ni convicciones. No es que no haya buenos padres o buenos profesores. Es que, como sociedad, hemos dejado de encarnar el rol del adulto confiable. Ese que, aunque le duela, sostiene. Ese que, aunque tenga miedo, educa. Ese que, aunque tambalee, no se cae.
La infancia necesita cuidado, pero también necesita contorno. Límites, coherencia, palabras que no cambian con el viento. Sin eso, el alma infantil se disuelve en la incertidumbre. ¿Cómo aprender a confiar si tus referentes también están perdidos?
Nietzsche lo advirtió: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Pero ¿Qué pasa si nadie enseña ese porqué? Si los adultos están tan abrumados con su “cómo” que olvidaron entregar rumbo.

El vacío simbólico del mundo adulto.

Los adolescentes no están en crisis por capricho. Están en crisis porque no tienen adultos simbólicos que los contengan. Hoy la autoridad es una caricatura, una función desdibujada entre el “haz lo que quieras” y el “no me metas en problemas”.
Los niños ven adultos que abandonan, que evitan, que callan para no incomodar. Padres que quieren ser “amigos”, profesores que se disculpan por enseñar valores. Directivos que prefieren agradar que liderar. Ese vacío se llena con ansiedad, con ira, con nihilismo.

Zygmunt Bauman habló de una “modernidad líquida”, donde todo fluye, todo se transforma, todo es relativo. Pero también dijo que sin estructuras, el individuo se deshace. No hay confianza donde no hay suelo. Y la adultez, en su versión más noble, debiera ser suelo.

El costo de la tibieza.

Hay un miedo generalizado a parecer autoritarios. Pero en ese intento desesperado por no herir, hemos perdido el coraje de formar. Educar no es complacer. Amar no es consentirlo todo. El adulto que no se atreve a decir “no” está dejando a los niños a la deriva emocional.
Educar es frustrar con sentido. Es sostener un límite aunque duela. Es resistir al chantaje afectivo. Es decir: “te quiero tanto que no te voy a permitir ser menos de lo que puedes ser”.
Hoy muchos jóvenes buscan desesperadamente adultos a quienes admirar. Pero no los encuentran. Y no porque no haya talento o conocimiento, sino porque falta coraje moral. Falta coherencia. Falta alma.

Reconstruir la figura del adulto confiable.

Ser adulto hoy es un acto de rebeldía.

Significa nadar contra una cultura de la evasiva, del placer inmediato, del todo vale. Significa volver a ser una presencia firme, humana, imperfecta, pero confiable. Significa dar testimonio, no solo instrucciones.
Los jóvenes no necesitan gurús. Necesitan testigos. Gente que haya vivido, que haya sufrido, que haya caído y se haya levantado. Adultos que no se victimicen, que no se disuelvan. Adultos con una historia que inspire y una conducta que sostenga.
Mientras no recuperemos esa figura, seguiremos criando niños solos, aunque estén rodeados de gente. Y la soledad infantil es el germen del resentimiento social.
No es tarde para volver a ser adultos. De los buenos. De los que duelen, pero enseñan. De los que fallan, pero no abandonan. De los que, incluso rotos, siguen siendo refugio.
Porque hay generaciones que solo necesitan una cosa para sobrevivir: alguien que no huya cuando todo tambalea.

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