Correr para huir… y regresar

Hay quienes corren para entrenar. Otros para competir.
Y hay quienes corren porque es lo único que les queda para no quebrarse.
Yo solía correr así. No por gusto, no por deporte. Corría para no estallar.
Corría para silenciar la angustia, para ordenar los pensamientos que no cabían en una sola habitación.
Corría porque si no lo hacía, me iba a romper.
Durante años fue así. Salía con sol, con lluvia, en la mañana o de noche. Desde la casa de mis padres en Rancagua hasta un lugar de campo que se convirtió en refugio.
No tenía pesas, ni rutina de gimnasio, ni suplementación. Solo tenía mi cuerpo, mi voluntad, mis heridas… y una ruta.
Y corría.
Corría gordo. Corría con dolor. Corría hasta que la respiración doliera menos que lo que dolía la vida.
Pensaba que escapaba. Y tal vez era cierto. Me evadía de ida… y me encontraba de vuelta.
Era mi terapia. Nadie lo sabía, pero al regresar, yo no era el mismo. Volvía más liviano, más claro, más fuerte.

Hoy, después de tanto tiempo, volví a correr. Solo fueron diez minutos en la trotadora del gimnasio.
Pero no fue un cardio más. Fue una epifanía.

Mientras trotaba, miré hacia arriba y sentí el cielo.
Sentí a Dios en las nubes. Sentí la libertad que alguna vez había olvidado.
Y me encontré.
Porque esta vez no corría para huir.
Corría para volver a mí.

Correr no siempre es deporte: a veces es supervivencia.

Correr puede ser terapia.
Correr puede ser el único lugar donde el cuerpo se pone a disposición del alma.
Correr puede ser una oración sin palabras. Un llanto en movimiento. Una forma de sostenerte cuando todo lo demás tiembla.
No todos entienden esto. Pero quienes lo han vivido, lo saben.
Quienes alguna vez han corrido sin saber si volvían… saben que hay algo sagrado en el ritmo, en el jadeo, en el sudor que limpia lo que la mente no logra resolver.

A ti, que peleas en silencio.

A ti, que llevas semanas sin entrenar, que cargas el cuerpo y el alma sin saber por dónde empezar:
Corre si puedes. Camina si debes. Pero no te quedes donde ya no hay vida.
Esto no es romanticismo barato.
Es la verdad de alguien que ha subido y bajado, que ha sido XL y luego S, que ha estado fuerte y luego destruido, que se ha sentido lejos de todo y que ha vuelto, una y otra vez, a encontrarse en el movimiento.
No necesitas ser rápido. Solo necesitas empezar.
Porque a veces, en ese pequeño acto de moverte, se abre un resquicio de esperanza.

El cuerpo no es enemigo, es camino…

No lo castigues.
No lo ignores.
Úsalo.
Respétalo.
Hazlo tu aliado.
Tu cuerpo sabe cosas que tú aún no sabes.
Él te puede llevar de regreso.
Y correr, caminar, sudar… puede ser tu forma de decirte a ti mismo: “No me he rendido.”

Cuando huya, iré rápido. Y cuando vuelva, llegaré lento.
Pero volveré.
Porque ya no corro para escapar. Corro para volver a mi.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Desplazamiento al inicio