Dignificar la vocación: un manifiesto para quienes persisten

Un manifiesto para quienes siguen enseñando

Dignificar la Vocación

Una carta para quienes persisten en la docencia, para quienes ya no están, y para quienes aún dudan si quedarse. Este manifiesto es también para ti.

Ser profesor en Chile se ha vuelto una paradoja dolorosa: socialmente respetado en el discurso, pero marginado en la práctica. Mientras se repite que “la educación es lo más importante”, miles de docentes son insultados, agredidos y desautorizados a diario. Vivimos una doble moral tan instalada que apenas la notamos. Se celebra la vocación del profesor, pero se le paga mal, se le exige de más y se le trata como si su entrega fuera una obligación moral más que una elección profesional.

Un respeto que no se ve en la sala de clases.

Hay una distancia brutal entre el reconocimiento simbólico y el trato real. Por un lado, se nos admira cuando alguien escucha que somos profesores, pero en la sala de clases, la realidad cambia. Gritos, interrupciones, amenazas, desinterés. Hay adolescentes que simplemente no escuchan, no porque no puedan, sino porque han aprendido a ignorar.

Cuando un profesor intenta poner límites, aparece la sospecha. El apoderado que defiende lo indefendible, el directivo que calla para no “crear conflicto”. No se trata de idealizar el pasado, pero sí de reconocer una transformación cultural: antes, el maestro era alguien que formaba, que guiaba, que incluso podía corregir con firmeza sin que eso se entendiera como violencia. Hoy, cualquier límite puede convertirse en titular.

El abandono institucional y la hipocresía del sistema

Los propios equipos directivos muchas veces replican esta doble moral: valoran al profesor en los discursos, pero no lo cuidan en las decisiones. Se le pide contención emocional, entrega pedagógica, disponibilidad extra y gestión de aula, pero sin condiciones mínimas para hacerlo bien.

Se espera que el profesor cargue con el peso de la convivencia, la motivación, el currículo, la frustración de los apoderados y la violencia institucional… y aun así se le evalúa con frialdad por resultados. No hay espacio para la dignidad si todo es culpa suya.

¿Quién quiere ser profesor hoy?

Con este panorama, no es extraño que muchos docentes busquen otro rumbo. Algunos estudian otra carrera, otros simplemente sobreviven hasta que pueden renunciar. Y no es falta de vocación: es agotamiento, es desamparo.
¿Por qué alguien habría de elegir la docencia cuando el mensaje es claro? “Aquí te faltarán el respeto, te pagarán poco y te pedirán el alma con una sonrisa.” El déficit docente no es un problema de oferta universitaria, es una herida estructural.

¿Cómo pedimos a los jóvenes que entren a formar a las futuras generaciones si ni siquiera protegemos a quienes ya lo están haciendo?

Dignificar es más que alabar: es garantizar condiciones

No se trata de discursos bonitos, sino de condiciones reales que sostengan la vocación sin quebrarla.

Dignificar la vocación docente no se logra con campañas emocionales ni con spots de ministerio. Se logra con sueldos justos, acompañamiento real, formación continua pertinente y condiciones laborales que no enfermen.
Un profesor que duerme poco, que vive con ansiedad, que carga trabajos a casa y que no encuentra sentido en su hacer, es un profesional en riesgo.
Y cuando eso se normaliza, el sistema entero está en crisis. Porque la educación no es una cadena de mando: es un entramado humano donde los vínculos y las emociones construyen o destruyen futuro.
Es en suma, respeto a diario.

No se trata solo de exigir más recursos: se trata de voluntad política, de coherencia, de mirar al profesor no como un héroe mártir, sino como un profesional que merece ser tratado con respeto cotidiano. Porque cuando el respeto simbólico ya no alcanza, lo que queda es la frustración muda, el desgaste silencioso y la fuga de talento que tanto lamentamos inoportunamente.
Hoy, más que nunca, necesitamos defender el rol docente no desde la nostalgia ni desde el romanticismo, sino desde la acción concreta. Dignificar no es un adorno del lenguaje: es una urgencia educativa, ética y social.

Una profesión para cuerdos demasiado tontos o tontos demasiado cuerdos…

Para quienes siguen de pie, incluso cuando las piernas ya no responden.

Tontos demasiado útiles.

Pero también para quienes, con el alma rota, deciden irse. Porque quedarse no es superior a irse, y renunciar también puede ser un acto de amor propio.
Que nadie te diga que rendirse es de cobardes si seguir también puede matarte.
Lo importante es no apagarse del todo.
Persistir, si es que persistes, con propósito y no por miedo.
Irte, si es que te vas, con entereza y no por vergüenza.
Porque ser educador —en el aula o lejos de ella— es construir sentido. Y si el sistema no lo ofrece, el sentido ha de brotar desde uno mismo.
Que este manifiesto despierte a tu gigante.
Ese que, a pesar del dolor, aún cree que cambiar el mundo vale la pena.
Aunque no le aplaudan. Aunque no le crean. Aunque lo haga en silencio.

Este manifiesto es una puerta abierta.
Para quedarte, para irte, o para volver distinto.


Mauricio.
Creador de Nuevo Gigante.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *