El precio de no elegir: libertad como acto pedagógico
Cuando nadie compite, nadie mejora. Y el que sufre… siempre es el estudiante.

Cuando todo da lo mismo, nada vale la pena
Imagínalo sin prejuicios: ¿y si en lugar de proteger la educación del mercado… la pensáramos como un mercado?
No para convertir las escuelas en empresas sin alma, ni para reducir a los estudiantes a cifras o clientes, sino para reordenar los incentivos, elevar la exigencia y premiar el mérito en vez de la antigüedad.
La sola idea incomoda. Para muchos, “mercado” significa lucro, abuso, desigualdad. Pero también puede significar libertad, competencia, movilidad, creatividad, elección. ¿Por qué no explorar ese camino? Esto es pensar en justo medio entre tres elementos: libertad, competencia y responsabilidad.
La educación como bien imperfecto
La educación no es solo un bien público, ni solo un servicio personal: es ambos a la vez. Tiene externalidades sociales y efectos individuales.
Pero tratarla como si no debiera rendir cuentas, como si debiera mantenerse fuera de toda lógica productiva, es un error profundo. El resultado está a la vista: estancamiento, burocracia, desmotivación, profesores excelentes atrapados en sistemas que los nivelan hacia abajo.
El sistema chileno tiene una paradoja: mezcla el discurso de lo público con prácticas rígidas que impiden que florezcan proyectos distintos. La “libertad de enseñanza” no ha significado libertad real: ni para el docente que quiere innovar, ni para el apoderado que quiere elegir con información real.
“Una sociedad que pone la igualdad por encima de la libertad no obtendrá ninguna de las dos.”
— Milton Friedman

La lógica del mercado: no para ganar, sino para elevar
En un mercado bien diseñado, los mejores ganan. No por contactos, no por tiempo, sino por valor aportado.
¿Y si la educación operara bajo esa lógica? ¿Y si los profesores más efectivos, los equipos más comprometidos, los proyectos más transformadores, recibieran más recursos, mejores condiciones, más visibilidad?
Pensar en la educación como un mercado no significa privatizarlo todo. Significa introducir competencia virtuosa. Significa que si una escuela pública lo hace mejor que una particular, sea celebrada y apoyada. Que si un liceo técnico forma jóvenes que luego son exitosos, tenga acceso preferente a más inversión. Que si un docente transforma vidas, lo sepamos, lo midamos y lo dignifiquemos.
Los incentivos correctos: valor, no favores
Así como no todos los médicos deberían ganar lo mismo, no todos los profesores deberían ser tratados igual.
Hoy, muchos profesores brillantes ganan igual que quienes llevan años haciendo lo mínimo.
El mercado premia resultados; la burocracia premia permanencia. Y la educación chilena está atrapada entre ambos.
La Carrera Docente intenta ordenar esto, pero sigue premiando el tiempo más que el impacto.
¿Y si introdujéramos mecanismos más dinámicos? Evaluaciones más cualitativas, observaciones reales, reconocimientos escalables, formación continua ligada a resultados.
No se trata de castigar: se trata de estimular.
Libertad educativa: una deuda pendiente
Decimos que los padres pueden elegir…
Pero la información es escasa, los criterios difusos, y los proyectos pedagógicos muchas veces idénticos.
Un verdadero mercado permitiría que florecieran escuelas de todo tipo: humanistas, técnicas, filosóficas, digitales, rurales, científicas, artísticas.
Que los buenos proyectos recibieran apoyo. Que los mediocres tuvieran que cambiar o cerrar.
Y esto aplica también a universidades, institutos, centros de formación: si el Estado va a financiar, debe exigir impacto; si el sistema va a invertir, debe hacerlo en función de mérito y resultados.

El futuro no se regula, se construye
Pensar la educación como un mercado no es despreciarla, es tomarla en serio.
Y esto es porque: La libertad en educación no es una amenaza, es una promesa que aún no nos atrevemos a cumplir.
La pregunta, entonces, no es si la educación puede funcionar con lógica de mercado.
La verdadera pregunta es:
¿Queremos que quienes forman a las próximas generaciones sigan atrapados en un sistema que no distingue al mediocre del brillante?
¿O queremos, al fin, elevar la vara y volver a creer en el mérito, la libertad y el propósito?