Entrena, lucha: y después dúchate como un león que se limpia la sangre

No entreno por moda.
No vine a jugar con mancuernas de colores ni a tomarme selfies mientras sudo a mares. Porque hay que sudar a mares.
Entreno porque si no lo hago, me pudro por dentro.
Entreno porque necesito recordar quién soy cuando el mundo me olvida.
Entreno porque cada día tiene un monstruo nuevo, y si no lo enfrento con los puños firmes y la mirada sucia de cansancio, ese monstruo puede ganar.

Lucho. Y cuando digo luchar, no hablo solo de pelear con otros.
Hablo de ponerme de pie cuando mi cama me grita que me quede.
Hablo de salir a pesar del frío, del hambre o del insomnio.
Hablo de levantar esa maldita pesa cuando el cuerpo ya no quiere.

Y después…
Después de me ducho.

Pero no como un ejecutivo que cierra su día.
Me ducho como un león que se limpia la sangre.
El agua no es sólo agua.
Es redención, es rito, es homenaje.
Es la única forma digna de decir: “Sobreviví, hoy también di la pelea”

Cada vez que entreno y el aire se me acaba. Y siento que moriré me doy cuenta que puedo continuar respirando.
Ahí crezco.
Ahí pongo el listón más alto. Mientras me digo “Muere, pero con los dientes apretados”.
Ahí me empujo a ser más fuerte. Jamás hablamos de una única fuerza.
Porque si no me rompí, entonces puedo ir por más.
Y si me rompí, entonces aprenderé a soldarme más duro que antes.

Esto no se trata de estética.
Esto es identidad.
Esto es construirte cuando el mundo quiere desarmarte y haciéndote frágil.
Esto es tener el cuerpo cansado, pero el alma invicta.
Vivir en modo combate no para destruir, sino para construir. Para resistir.

Así que sí: entrena.
Lucha, y hazlo a diario.
Y después dúchate como un león.
No porque estés sucio, sino porque porque te limpias el alma de todo lo que hoy no pudo vencerte.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Desplazamiento al inicio