Nos hicimos adictos al ruido.
Vivimos en un mundo donde el silencio parece enemigo.
Televisores encendidos. Reels infinitos. Tik Tok, WhatsApp, playlist, podcast, notificaciones…
Nos hemos hecho dependientes del ruido para funcionar.
Nos entrenamos con motivadores externos porque olvidamos cómo activar lo interno.
Pero si no podemos avanzar sin un estimulo externo… ¿realmente estamos entrenando el cuerpo o sólo el hábito de evadir?
Cuando el silencio te entrena más que la playlist.
Entrenar sin música te enfrenta contigo. Te ubica en el aquí y ahora, sin filtros, sin anestesia.
Y lo más curioso, es que ese “ruido” interno que tanto tenemos —la mente que no se calla, las dudas, el cansancio, los pensamientos— terminan apagándose si los dejas ser.
Y entonces algo ocurre:
Fluyes.
Respiras.
Te escuchas.
Y vuelves.
Es cierto: entrenar sin música no siempre será lo óptimo.
A veces necesitamos esa chispa.
Pero una vez a la semana… una vez al mes…
vale la pena el experimento.
Porque silenciar el entorno es activar el propósito.
Y si no sabes cuál es tu propósito, con mayor razón…
Acállalo todo hasta que puedas escucharte.
El beat más poderoso está en tu pecho.
Creemos que lo externo determina nuestro éxito o fracaso. Pero lo que te mueve, lo que te levanta, lo que te empuja en los días grises, no viene de una canción.
Viene de tu carácter.
Y esa música… esa que nace del cuerpo…
es la que más perdura.