La inclusión no se decreta: se construye o se traiciona

¿Incluidos?

Lo incómodo que no queremos mirar

La palabra “inclusión” se repite como mantra.

En discursos, en powerpoints, en decretos ministeriales. Pero ¿Cuánto de esa inclusión es real y cuánto es solo cortesía burocrática?
Porque lo cierto es que en muchas aulas chilenas y latinoamericanas, los estudiantes con discapacidad, neurodivergencias, o simplemente con trayectorias de vida distintas, siguen estando en un margen sutil, casi decorativo.
Nancy Fraser habló de la justicia como reconocimiento y redistribución. En educación, eso significa que no basta con que un estudiante esté “matriculado”: debe estar considerado, acogido, comprendido y valorado en el currículum, la relación pedagógica y la cultura escolar.

Inclusión: entre lo simbólico y lo real

Decir que un sistema es inclusivo porque acepta la diferencia es como decir que un edificio es accesible porque tiene un letrero con lenguaje de señas.

Muchos colegios aún ven a los estudiantes con necesidades educativas especiales como una excepción que hay que “manejar”. Se crean planes individualizados, se contratan asistentes, pero no se transforma lo central: la pedagogía, el currículo, la relación entre pares.

“Incluir no es permitir entrar, es cambiar la forma en que se construye el espacio.”

¿Quién es “el normal”? El mito de la homogeneidad

La inclusión verdadera implica redefinir quiénes somos como colectivo.
No se trata de “aceptar al diferente”, sino de desmantelar la idea misma de normalidad como criterio universal.
Como plantea Thomas S. Popkewitz, la escuela moderna ha operado históricamente bajo dispositivos de inclusión/exclusión encubiertos: se educa para formar un cierto tipo de sujeto, con un cierto tipo de cuerpo, de lenguaje, de conducta. Todo lo que se desvíe de ese molde se “acomoda”… pero rara vez se valida.

La ética del cuidado como horizonte

Martha Nussbaum ha sostenido que una educación justa debe asegurar que todos los estudiantes tengan la capacidad real de florecer como seres humanos. No es solo equidad técnica, es compromiso ético.

La escuela que cuida, que escucha, que pregunta antes de clasificar, es también una escuela más humana, más sabia, más pedagógica.

“La verdadera inclusión no se mide en matrículas, sino en cuánto se respeta la singularidad de cada niño.”

La neutralidad como forma de exclusión

“No se puede hablar de justicia cuando hay cuerpos que siguen pidiendo permiso para aprender.”

Un error muy común es suponer que la educación debe ser “neutral”. Que no debe “intervenir” en la identidad de sus estudiantes. Que basta con “no discriminar”.
Pero la neutralidad muchas veces es solo la máscara del privilegio. No es neutral no hablar de género. No es neutral enseñar solo desde un currículo hegemónico.
La escuela tiene poder, y con él, la responsabilidad de decidir a quién visibiliza, a quién escucha, a quién representa.

Este artículo no busca decir que no se ha avanzado. Pero sí busca decir que queda mucho por hacer y que parte de esa tarea implica incomodarnos.
Incluir es:
Reconstruir currículos.
Desarmar prejuicios.
Reconocer nuestros sesgos.
Y sobre todo, escuchar a quienes han sido silenciados.
Porque la inclusión que no incomoda, no transforma nada.

“La inclusión no es un favor: es una forma de justicia. Y como toda justicia, o se hace cuerpo… o se convierte en traición.”

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