Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes.
Confucio
(551 AC.-478 AC.) Pensador chino
¿Hasta dónde reflexionar? ¿Cómo saber cuánto tiempo es suficiente? ¿Qué tanto nos debe tomar aceitar la máquina para ponerla en marcha? Si bien no existe una respuesta transversal a estas preguntas -puesto que todas se ciñen a diversas realidades- resulta imperioso planteárnoslas más pronto que tarde si es que deseamos sacar el máximo partido al tiempo que empleamos para la materialización de nuestros proyectos del cual disponemos al plantear nuestros proyectos.
Reflexionar cuando no debemos afecta sustancialmente el devenir de nuestra productividad. Se reflexiona con y por un fin. La clave está en enfocar y segmentar nuestras reflexiones priorizando el quehacer constructivo de nuestras energías.
¿Querer es poder?
La motivación es necesaria, pero por sí sola no alcanza para materializar nuestros esfuerzos. Comúnmente se nos insta a menudo a reflexionar cada paso que damos, pero jamás se nos impulsa con el mismo tesón y urgencia a ejecutar esas reflexiones. Se nos vende la idea de que “querer es poder”, pero poder es la facultad de algo ya hecho previamente.
No se obtiene frutos de los pensamientos si estos no se practican traduciéndolos en experiencia. Dedicarnos a reflexionar a tiempo completo es una mala idea si queremos solidificar resultados, pues la productividad se mide en objetivos en función de las herramientas de las cuales disponemos y efectuamos. La urgencia debe inclinarse a ser más resolutivos.
Cuando hablamos de productividad no tan sólo se contempla en el ámbito laboral o profesional, sino también en lo personal. El bienestar comienza con una decisión y esa decisión debe ser movida a través de acciones que posibiliten que las ideas se efectuar.
Mientras no se ejecute y concrete la idea sólo será eso, una idea.
Emprender amerita, entonces, que podamos empujarnos así aun no queriendo, a realizar lo que tanto hemos reflexionado. Cuando reflexionamos, sistemáticamente configuramos un ¿por qué? Un ¿para qué? Y, sobre todo, un ¿cómo? Una causa, una función y un modo, respectivamente.
El problema habitualmente tiende a producirse en este último punto. Debemos preguntarnos, el cómo pensamos, porque, finalmente, es un tema de perspectiva.
¿Qué está más cerca, el corredor o la meta?
La respuesta siempre debería ser, el corredor porque es él quien acciona los sistemas que ha venido ensayando durante su preparación. La meta es sólo un estado ulterior que se corona con la victoria, pero es un estado transitorio, al fin y al cabo. En retrospectiva, las victorias nos brindarán aquel soporte que más tarde se traducirá en nuevos desafíos.
Sin duda, este tema da para otro post.
Sirvámonos de esta metáfora: El punto de inicio. Estado máximo de alerta. Visualización de la línea de meta. Un pie en el taco de partida el otro mortificando la arcilla. El disparo…
Lo que ocurra después del disparo es lo que definirá todo el esfuerzo de quien tanto se preparó. Estar alerta y enfocado, después de ello, moverse. Las carreras no se ganan pensando, sino corriendo.
Los partidos no se ganan teorizando sino jugando. La visualización es un arma potente para concretar nuestros deseos, pero no por visualizar con mayor nitidez la línea de meta ésta se encontrará más cerca o el triunfo estará garantizado.
Reflexionar es solo la punta del iceberg que proporciona claridad al momento de ordenar y jerarquizar nuestras ideas e intenciones, y está claro que sin el acto reflexivo de evaluar los pros y contras de un proyecto (cualquiera que sea) no podríamos sortear airosamente las dificultades que van generándose en el camino. Sin embargo, ¿te has dado cuenta de que, aunque se visualicen -en todo orden de cosas- una y otra vez, diálogos o situaciones casi siempre no resultan cómo queremos?
Esto es porque a menudo no contamos con pleno control de lo que nos circunda, eso conlleva a no atender cabalmente a las variables y exigencias, sobre todo si muchas de ellas dependen de otras personas.
Reflexionar es bueno en la medida que nos da amplitud de acción y aminora los sobresaltos. No obstante, reflexionar a tiempo completo solo procura enlentecer el periodo de acción que hemos venido gestando, ya que no por pensar más seremos tanto más productivos. Asimismo, no por pensar más nuestros proyectos mágicamente comenzarán a tomar forma. No podemos esperar que las cosas caigan como maná del cielo si no somos capaces de pensar
¿Qué haremos el día en que algo deje de caer o llegar hasta nosotros?
Es común para muchas personas pensar que por el simple hecho de sentarse a planear una idea ya están emprendiendo. Las ideas son el sustento de nuestras acciones, pero todo lo que pensamos debe ser seguido por la obra.
Emprender es aprender en el continuo haciendo. Aprender debe entenderse desde un ámbito práctico más que teórico, porque debiera -siempre- tener su fundamento en y hacia la realidad. Aprender debe ser utilizable y reutilizable, destinable y transferible.
Un invento se realiza luego de una concienzuda reflexión: pero también se adquieren nuevos conocimientos que no hubiesen sido añadidos de no haberse probado desde el ensayo y error. Así es como tus ideas deben plasmarse para contrastarse, probarse en contexto y mejorarlas.
En la práctica continuamos reflexionando, por lo que, entonces, ¿para qué devanarse lastimosamente el seso si los riesgos habrán de ser oportunamente identificados?
¿Por qué y para qué reflexionamos? Reflexionamos, en apariencia, con la intención de generar mayor valentía, mayor confianza a priori, pero también en función de un mayor porcentaje de eficacia reduciendo ostensiblemente las equivocaciones.
Cada reflexión que hacemos debe ser parte de un tejido de otras reflexiones en una suerte de urdiembre (jamás azarosa) tomando en siempre en cuenta la experiencia.
¿Hasta dónde reflexionar? Eligiendo la oportunidad
¿La oportunidad se revela ante nosotros como un designio o es posible elegirla? La respuesta es para ambas partes, pero es necesario inclinarse por la segunda. Esto es tanto para la vida personal como para la laboral. Es cierto que ciertas oportunidades se nos plantan delante como un palmo de narices, por lo que el problema no es una falta patente de observación sino de reacción ante la oportunidad.
La posibilidad de fallar está latente, pero no podemos prever a ciencia cierta si habremos de fallar. El miedo es un hecho, existe y seguirá estando.
Si comenzamos paralizados ya habremos perdido. El único que pierde es aquel que no lucha. El miedo al fracaso nos incentiva a reflexionar una y otra vez... y otra vez. Sin embargo, la acción es la que realmente brinda confianza... y resultados.
Por eso pensar y actuar van de la mano. Arriesgarnos es la llave que nos brinda la potencialidad de cambiar el estado en el cual nos encontramos.
Por ejemplo, en mi caso debo confesar que me sentí atemorizado muchas veces a abrir esta tribuna de reflexión.
El miedo a la exposición lo hemos venido sintiendo desde que nos sacaron delante de la clase y frente a la pizarra.
Tuve miedo a tratar temas que, incluso enseñándolos formalmente y de manera cotidiana, suponían un latente y creciente desagrado en mí.
Comprendí que no tenemos miedo a fallar, realmente; tememos a hacer el ridículo, a exponernos porque sentimos que eso nos vuelve vulnerables, porque fallar es demostrar nuestra estupidez a los demás. Eso nos paraliza, el juicio ajeno. Pero esa desazón se convirtió no sin trabajo en desafío y convicción.
Por otra parte, mi labor como docente instando a mis alumnos a dar lo mejor de ellos pese a las adversidades caló tan profundo en mí cuando comencé con este proyecto que despertó un sentido de superación que, de no haberme sobrepuesto a él, me haría ver como un hipócrita.
El miedo existe y seguirá existiendo. Todos deseamos vivir algún día sin miedo, pero eso no es factible: el fracaso personal en las relaciones humanas, el fracaso laboral, la pérdida de un ser querido, el no encajar en un grupo social, son situaciones de las cuales no podemos escapar porque ansiamos hacernos con un margen importante de control para con nosotros mismos. Lo que queda es tan sólo hacer lo que mejor podamos con las herramientas y/o recursos que tengamos hasta entonces, sin descuidar la curiosidad, la creatividad y la proacción (a lo que llamo “estar dispuesto de ejecutar pequeñas acciones)
Reflexionar es necesario. Nos alienta.
Reflexionar es lo que precede a la decisión y siempre estaremos condenados a decidir. Es mejor ir haciéndonos la idea.
Unir nuestras reflexiones una a otra es preservar y elaborar un mecanismo de coherencia conductual para el presente y el futuro. La corrección y el mea culpa es una parte fundamental en nuestra perfectibilidad humana. Sin ella la estadía en este mundo se hace más difícil al tiempo que insípida. Sin la crítica no avanzamos y para eso se hace útil el acto de la reflexión. Somos nosotros mismos fenómenos de nosotros mismos, en el sentido más amplio del término.
Plantea márgenes de tiempo. Trabaja en la búsqueda de un fin claro y ponte metas diarias, semanales y mensuales y bosqueja el mediano y largo plazo obteniendo nuevas victorias que produzcan nuevas satisfacciones que alimenten nuevas metas.
Alimenta el espíritu... haciendo
Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa.
Gilbert Keith Chesterton
(1874-1936) Escritor británico
… Y hasta las últimas consecuencias. El espíritu se alimenta de todas las cosas, tangibles e intangibles, desde gestos que parecieran no tener mayor importancia, pasando por lo bueno y lo malo, hasta compromisos imperecederos. “Hacer” no se trata de hacer por hacer, sino de arriesgarse a aprender. Todo conocimiento resulta a lo menos agresivo porque nos obliga a reacomodar lo que creemos y sentimos. Así con todo, se hace necesario generar nuevo conocimiento para que en ese “hacer” (mientras dura la marcha) podamos generar aún más conocimientos y habilidades de las que hubiésemos conseguido en caso de habernos quedado únicamente pensando.
Sacrifícate y disfruta de tu esfuerzo, porque en términos conductuales el esfuerzo se premiará con satisfacción personal, al margen de si resulta o no.
Tiene un sabor distinto comer un pastel hecho por nuestra propias manos que haberlo comprado. Si bien, el primero podrá saberse más delicioso al gusto; pero el segundo, alimentará el espíritu.
Reflexionar es un estado que permite crear modelos estratégicos ante los imprevistos. Pero no es otra cosa que la acción, lo que define el cambio. No tiene sentido, entonces, reflexionar para posteriormente no actuar.
Reflexionar nos provee de armas necesarias para desarrollar un plan el cual permita avizorar el panorama completo de lo que vayamos a hacer más tarde. Emprender y bosquejar un proyecto debe ser movido a través de la proactividad movilizándonos con tal de alcanzar lo que deseamos.
Asimismo, la proactividad engrandece nuestra capacidad de mejora ante posibles inconvenientes, manteniéndonos alertas y enfocados, perfeccionando así nuestras habilidades e intensificando nuestro carácter, pues ello mejorará considerablemente nuestros estados de ánimo.
- Visualiza las oportunidades. Puede que estemos siendo testigos de importantes decisiones que sólo por cobardía no estemos tomando.
- Levántate más temprano (si es que aún no lo haces), termina aquello que dejaste inconcluso.
- No olvides el descanso: recargar y despejar la mente trae consigo no sólo tranquilidad física y psicológica sino también emocional. Bienestar integral, ante todo.
- Procede sin tanto preámbulo. De ser necesario, preguntarnos mil veces ¿Hasta dónde reflexionar? ¿Cómo saber cuánto tiempo es suficiente? ¿Qué tanto me tomará aceitar la maquina para ponerla en marcha? Obtén respuestas a como dé lugar.
- Arriésgate a pesar de todo. No te preocupes de cuán arriesgado sea el panorama, pues la reflexión previa perfilará el riesgo como un riesgo debidamente medido.
- Reflexiona, visualiza, prepárate y estate alerta a emprender el vuelo cuando suene el disparo.
Podrías sorprenderte de tan sólo intentarlo. Si piensas que puedes lograrlo, ya estás un paso más cerca de hacerlo. - Comprométete con el trabajo, mientras más y mejor te involucres más fácil será.
Si la situación lo amerita, no tener miedo a ser más incisivos con nosotros mismos. Se más crítico contigo si no lo eres (uno sabe si lo es realmente o no) Examinándonos a fondo descubriremos cosas que no sabíamos.
Toda acción reflexiva debe imperiosamente condensarse en forma de respuestas.
No hay problema si en el transcurso van acumulándose más preguntas, esa es la prueba fehaciente que nos estamos moviendo desde donde empezamos.
¡Rompe el bucle!