Un manifiesto para quienes siguen viviendo

Sube, maldita sea. Sube hasta las últimas consecuencias.

Un manifiesto para quienes resisten. Para quienes aún creen. Para quienes están al borde, pero no se sueltan.

Quiero que mis estudiantes sean mejores, cada día un poco mejores.

No solo en lo académico, en lo intelectual; quiero que sean mejores como personas, como miembros útiles de una comunidad.
Quiero que avancen como personas, como seres que no temen crecer, competir, errar y volver a intentarlo.
Porque la competencia no es el enemigo. El enemigo es la cobardía que se disfraza en la comodidad.
Nos han hecho creer que competir es negarle algo al otro, cuando en realidad es un pacto secreto entre quienes no se rinden: tú creces, yo también crezco. La competencia no es ausencia de empatía. Es el deseo profundo de desafiarnos, de no quedarnos donde estamos. Eso es progreso. Eso es amor. Eso es respeto por uno mismo. Eso es respeto para toda una sociedad.
Lo contrario: la tibieza, el conformismo, la renuncia precoz;
eso sí que es mediocridad. Punto.

Si queremos sociedades más avanzadas, más justas —no desde la igualdad artificial, sino desde la equidad real, donde cada quien dé lo que tiene y lo que debe, y también lo que potencialmente puede desarrollar—, entonces el progreso se hace sangrando. Se hace a regañadientes. Pero se construye. Para que nadie más te lo robe, te lo imponga, te lo confisque. No es un acto personal si no es político. No es político si no se ordenan las piezas. No se puede dar a otros si estás vacío. No se puede dar riqueza si no se construye primero. Y eso es ingenio, es visión, es estrategia, es amor. Pero por sobre todas las cosas —sin duda— es libertad.

Yo lucho conmigo. Yo me odio y me amo, a veces en partes iguales, pero siempre uno de esos sentimientos termina poniéndose por encima del otro. Y aunque el odio a veces es más grande que el amor, la verdad es que eso es solo una ilusión. El odio me empuja a escribir. Pero el amor… el amor es lo que me hace permanecer. Es lo que me impide aminorar la marcha cuando todo se vuelve difícil.


Hay que amar. Y no como un eslogan. Sino como una bandera de vida. Porque sin amor, la libertad se acaba, y nos volvemos prisioneros de las masas. Nuestra mente y nuestro corazón se vuelven comunes, ordinarios, sin gracia, sin aquello de divino que tiene la vida o nuestras acciones —incluso las malas—, porque podemos cambiarlas. Podemos rectificarlas.

Yo le digo a mis estudiantes que sean lo mejor que puedan. No porque es mi deber, sino porque yo debo ser lo mejor para mí, para ellos, para la mujer que tengo al lado. Quiero que mis estudiantes no sean mejores cada día porque yo se los exijo, sino porque yo quiero ser mejor cada día. Y es tan difícil… pero tan necesario.

Tan gratificante es saber que vas avanzando, aunque sea poco, aunque haya pasos en falso. He corrido la buena carrera, he peleado la buena batalla; esa consigna, esa maravillosa pero atormentada consigna, proveniente de un pasado complejo y terrible, es lo que hace grande a alguien. Pero no el final. Sino el trayecto.

Caeré cuando el reflector se apague. Cuando quienes estuvieron frente a mí —a quienes hablé, a quienes sonreí, a quienes les hice clases—, cuando ellos ya no estén. Y aún así no moriré. Porque viviré en los consejos que les di alguna vez. Consejos fuera del aula. Cuando los hice sentir como iguales. Cuando bajé de mi condición como profesor y les hablé como lo que somos: seres humanos.

Creo fervientemente en que el rol del profesor no es tan sólo enseñar…

Es educar a otros para que aprendan a educarse a sí mismos. No importa en qué. No importa para qué. Pero siempre —siempre— para el bien.

Escuchaba por ahí en una canción: sé alguien simple que ames y entiendas. De eso se trata la vida cuando todo se vuelve confuso, difuso, difícil. Dios está en las pequeñas cosas. Y si no está Dios, está esa voz detrás. Que puedes ser tú mismo. O tus padres. O tu profesora. No importa.

Aunque muchos intenten hacer gimnasia sociológica y grandilocuencia antropológica, subvirtiendo todas las categorías… en el fondo, hay cosas que no cambian. La culpa es una. El vacío es otra. Porque cuando la montaña se empina y todo parece cansado, hay algo que te dice: sube o baja. Pero tú eliges a quién escuchas. Escúchame a mí. Que de seguro no soy el primero, ni seré el único que te lo dirá, hoy sin conocerte lo hago, por algo que solo tú sabes mucho mejor que yo y que nadie más: Sube.

Llora, sufre, pero sube. Llora sin que nadie te vea. Sal a correr y llora. Llora en tu auto, llora en el baño, llora donde sea… pero sube, maldita sea. Porque bendito será todo cuando lo hagas. Deposito en ti cada luz, cada brillo de estas letras para que lo hagas.
Grita si es necesario.
Pero sube paso a paso, día con día.

Te lo dice un sobreviviente.
Alguien que más por gracia que por voluntad, sigue aquí.

La muerte está tan cerca

Nos ronda tan cerca, aunque a veces no se note. Tres veces intenté conocerla. Pero no me derribó. Que no lo haga contigo en esas pequeñas cosas que parecen nada… y que generan catástrofes.
Rodéate de buenas personas.
Selecciona, pero sé piadoso.
Júzgate fuerte —lo suficiente para crecer, pero no para romperte—.
Y sé clemente con los demás.

Sé luz en su oscuridad. Pero para eso, mejóraTE.
Eres estudiante. Eres líder. Eres profesor. Eres padre o madre. Somos hijos. Somos todo eso y más; y por eso y más, vale la pena estar acá.

Sé mejor. Y todo será mejor.
Y si eres profesor —si educas—, educa con tu ejemplo.
Así serás feliz.

MejóraTE. Y tus estudiantes serán mejores.
Porque habrá un mundo mejor mañana.

Comienza con tu presente y con quienes te rodean.

Súbelo todo contigo: tus miedos, tus cicatrices, tus ganas rotas. Pero sube. Porque cada paso que das es también una afirmación de algo más profundo: que vivir con amor, con coraje, con propósito… es elegir la libertad.
Y no hay acto más educativo que ese.


Mauricio.
Creador de Nuevo Gigante.