Hoy es lunes y mientras escuchaba a Saxon y a Whitesnake, peleaba con una pesa de 30 kilos. Sudaba, apretaba los dientes. Era día de espalda, había que hacerlo… Por mi bien, por el de mis estudiantes, pero también por el bien de Nuevo Gigante.
Es tan difícil mantenerse enfocado cuando has estado distraído tanto tiempo.
Hoy fui a dejar a mi pareja a su trabajo, luego tomé un preentreno que de camino al gimnasio me tenía histérico, parecía perro con sarna por culpa del polvo ese. Al principio cuando entré no tenía muchas ganas de hacer nada, o no mucho. Pero mientras estuve haciéndole, sin pensar nada, no sobre el resultado, tampoco por el proceso, comencé a sudar… y empecé a enfocarme. No al 100, no al 20, pero comenzó a picarme algo que debía rascar desde adentro, comenzó esa llama.
El domingo no comí mal, pero tampoco bien. Descansé, no moví un dedo más que el del control remoto. Mi pareja tenía libre, suele trabajar los fines de semana. Ayer no.
Estuvimos flojeando todo el día. Y hoy, despertar, ducha, trayecto a dejarla y después irme al gimnasio temprano, fue un suplicio. Pero sinceramente, menos suplicio que otras veces.
Y ahí está el problema: cuando te sientes seguro. Competente, pero no al punto de avanzar con hambre.
Eso es peligroso. Ese confort tibio. Ese pequeño descanso que se vuelve rutina.
Ahora, mientras descanso entre series y me planteo comenzar con la que sigue, escribo esto con la intención de darme un poco más de valentía, y resistirme a la comodidad, al confort que nos vuelve débiles.
No se trata del ejercicio. Se trata del enfoque. Se trata del carácter.
Y cuando comience otra canción —porque al final, a eso apelamos, al legado, a convertirnos en un clásico—, volveremos con más fuerza.
Allá voy.