Vivir mal

Una historia, nuestra historia

La costumbre invisible de la miseria cotidiana

Nos acostumbramos a vivir mal.

Estamos programados para la supervivencia.
Nuestro cerebro fue diseñado para eso, no para la abundancia.
Nos adaptamos a situaciones difíciles como si fueran normales.
Justificamos lo malo. Lo postergamos. Lo dejamos estar.
Sabemos que algo está roto, pero no lo reparamos.
Nos acostumbramos a que la olla esté abollada, a que la puerta no cierre bien, al calcetín con hoyo, al zapato que cruje, a vivir sin gas caliente, al refrigerador medio vacío, a la deuda en la tarjeta.
Nos acostumbramos a la miseria… con elegancia.
Y no es un problema de imagen. Es algo casi cósmico.
Cuando aceptas lo dañado como parte de tu vida, algo se rompe por dentro.
“No es lo material. Es lo que permites dentro de ti.”

No te acostumbres a vivir mal

Yo viví mal. Viví en un departamento hermoso junto a mi pareja… hecho un desastre. Sucio. Ruidoso. Apagado. Los platos acumulados.
La ropa por todas partes. Los gatos comiendo entre migas y pelos.
Nosotros… sobreviviendo. Yo usaba la misma camisa por días. Sin lavar.
La disimulaba con desodorante.
Me daba lo mismo. Me daba lo mismo todo. No era pobreza. Era abandono.
Y no, no era cómodo. Era feo.
Pero lo manteníamos.
Trabajábamos todo el día. Llegábamos destruidos. Tirábamos la ropa. Dormíamos. Nos despertábamos. Nos volvíamos a vestir con la misma ropa.
Volvíamos al trabajo. Y otra vez. Y otra vez.
Nos peleábamos. Nos dolíamos. Nos perdíamos.

Hasta que el dueño del departamento llamó. Quería venir. Después de años sin verlo, quería visitarlo. Y entonces ocurrió algo inesperado:
Tuvimos que limpiar.
Limpieza real. Dolorosa. Física. Espiritual.
Nos dolió la espalda. Nos gritamos. Nos odiamos.
Pero seguimos limpiando.
Y mientras el desorden desaparecía… algo en nosotros también se ordenaba.
Al cuarto día, algo brillaba.
El suelo.
La cocina.
Nuestra relación.
No exagero cuando digo que limpiar nos salvó.

No era la suciedad. Era la historia que estábamos escribiendo sobre nosotros mismos: una historia sucia, ruidosa, sin intención, sin fe.
Y entonces lo entendí: Si quieres estar delgado y saludable, haz lo que hacen las personas delgadas y saludables.
Si quieres abundancia, haz lo que haría alguien que cree en la abundancia.
No pongas solo $5.000 en bencina si de todas formas deberás al día siguiente o al que viene poner otros $5.000.
Llena el estanque, si puedes y si no puedes, intenta sacar cuentas. Ordénate aunque no sea fácil, aunque de miedo. No te pongas lo primero que pilles.
Vístete como si te respetaras. No trabajes solo para pagar. Trabaja para vivir.
No comas lo que sobre. Elige lo que te nutra.

La prosperidad es enemiga del ruido.
Y en esa casa había ruido todo el día. Y lo peor: lo llevábamos dentro.

Cambiar fue difícil. Pero fue urgente.
No te acostumbres a vivir mal.
No es digno. No es justo contigo. No es real.
Y lo sabes.
Quizá todo pueda comenzar… con sacar la basura.

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