¿Y si la educación fuera un mercado?

Cuando todo es público, nada es de todos

Una defensa de la libertad como principio educativo

Cuanto más se gasta en educación pública sin exigir resultados, más cara se vuelve la ignorancia.

En Chile y en muchos países de América Latina, la educación ha sido históricamente entendida como un derecho garantizado por el Estado, y eso está bien. Pero una cosa es asegurar el acceso, y otra muy distinta es renunciar a la excelencia. La gratuidad no puede ser sinónimo de mediocridad.
Y si en lugar de pensar la educación como un sistema cautivo… ¿la pensáramos como un mercado? ¿Uno donde el valor se mida por lo que entregas, no por cuánto tiempo llevas en el cargo?

El mercado no es enemigo: es responsabilidad

Milton Friedman fue claro: “La única forma de mejorar la calidad de los servicios públicos es que los ciudadanos tengan la libertad de elegir.”
Cuando alguien puede elegir, los prestadores deben competir. Y donde hay competencia, hay mejora.
Pero en la educación estatal muchas veces no hay competencia, ni consecuencias. Un mal profesor sigue ganando lo mismo que uno brillante. Un colegio mediocre recibe los mismos fondos que uno esforzado. El resultado: una inercia letal que castiga la innovación y premia la estabilidad sin mérito.

“No hay nada más injusto que tratar igual a los que se esfuerzan y a los que no.”

Los estudiantes no son clientes… son ciudadanos con derecho a exigir

El mercado no es solamente un espacio de compra y venta. Es también una forma de ordenar incentivos. Si formar a un niño es lo más importante que puede hacer una sociedad, ¿por qué tratamos a los buenos profesores como funcionarios, y no como los artesanos del alma que son?

En un sistema verdaderamente libre y competitivo:

-Los profesores serían evaluados no solo por títulos, sino por resultados concretos.
-Los directivos podrían armar equipos potentes sin estar atados a rigideces burocráticas.
-Los estudiantes y familias podrían escoger según calidad y no por zona geográfica o azar.

El Estado como garante, no como único proveedor

El error ha sido pensar que si el Estado no lo entrega directamente, entonces es privatización.

Falso.
El rol del Estado debería ser asegurar que todos tengan acceso a una educación de calidad… aunque no toda deba ser entregada por el Estado. Hay fundaciones, escuelas comunitarias, colegios con modelos híbridos, incluso propuestas online de altísima calidad.
Lo que necesitamos no es más control, sino más libertad con responsabilidad. Más mercado, menos monopolio de lo mediocre.

La libertad no es ideología. Es futuro.

¿Qué pasaría si…?

-Si los profesores pudieran recibir bonos por desempeño real.

-Si los estudiantes pudieran evaluar a sus docentes con peso real.

-Si las escuelas tuvieran que ganarse a sus alumnos como un restaurante se gana a sus clientes.

-Si la educación dejara de ser territorio de gremios y se convirtiera en el núcleo estratégico de un país.

Este artículo no propone eliminar el rol del Estado. Propone devolverle sentido.
No podemos seguir permitiendo que se diluyan recursos, tiempo y vidas en un sistema que no premia la excelencia ni castiga la mediocridad.

La libertad bien entendida no destruye. Eleva. Eleva al que quiere mejorar, al que estudia más, al que enseña con el alma y conocimiento, al que lidera desde la integridad.
Porque si seguimos haciendo más de lo mismo, seguiremos obteniendo más frustración, más desencanto y más generaciones que sienten que nadie apostó por ellos.
El que educa bien no teme al mercado; teme al olvido.

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